Desde que la escuela de iconólogos ingleses y francés (Warburg, Panofsky, Gombrich, Wind y Chastel) destacara para el nacimiento y desarrollo del moderno concepto de arte la importancia del neoplatonismo de Marsilio Ficino, los estudios dedicados a este filósofo se han multiplicado. A partir de comentario de los textos de Platón, los neoplatónicos helenísticos (Plotino, Jámblico, Porfirio, Proclo y el tardío Psello), los Padres de la Iglesia (que habían sintetizado el pensamiento cristiano y el platónico), y textos anónimos paganos de principios de nuestro era (a caballo entre la magia y filosofías orientales y greco-helenísticas como los Oráculos Caldeos, Asclepio, Pimandro), Ficino forjó, definió y caracterizó un nuevo sentido de un antiguo concepto "creado" por Platón, radicalmente distinto y fundamental para la teoría del arte : el furor divino, convertido en la causa y el efecto del encuentro entre el artista - poeta y Dios. Aunque Ficino quizá no se diera cuenta de las consecuencias que acarreaban sus alabanzas del antiguo y denostado concepto platónico de "furor", los poetas de finales de Manierismo como Ronsard y Bruno, y los teóricos de la pintura como Lamazzo y, más tarde, los barrocos franceses de la Academia como de Piles, que recurrieron al "furor", supieron dignificar el arte y divinizar al artista genial, mostrado que, al igual que los filósofos y los místicos de la Antigüedad, los creadores inspirados y poseídos por el furor divino también alcanzaban a entrar en contacto con Dios y, en último término, y en el umbral de la modernidad, a ser Dios.
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